lunes, 25 de abril de 2011

Nombres Graciosos para Malos Hábitos Antiguos


“En algunas ocasiones no es nada más que una puerta muy delgada lo que separa a los niños de lo que nosotros llamamos mundo real, y un poco de viento puede abrirla.”Stefan Zweig

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Durante mis prácticas docentes, fueron innumerables las anécdotas y situaciones graciosas que tuve que vivir. Sin embargo, recuerdo una muy especialmente, ya que me hizo reír de manera poco prudente en frente de un profesional renombrado del comportamiento de los niños actuales.

Juro que no fue un ataque de ironía o burla malintencionada, simplemente me pareció hilarante la creatividad contemporánea para crear términos rimbombantes para malos comportamientos infantiles ampliamente conocidos por nuestros abuelos y padres.

El profesional en cuestión y mi persona discutíamos un caso en el que el niño dejó de hablarle a los adultos en general por haber desarrollado un odio rasante contra sus padres debido al hecho de mudarse de país. El infante antes mencionado, proveniente de Argentina, no consiguió mejor manera de protestar por su viaje definitivo a Venezuela, que quitarle el habla a sus padres y luego a cuanta persona cuya cédula de identidad acusara la mayoría de edad. Tan extrema fue la medida del pequeño, que llevaba ya 2 años sin dirigirle la palabra a sus progenitores y/o adultos circundantes. Justo cuando yo esperaba el sabio consejo del famoso experto, el hombre hizo una pausa, digna del momento de clímax en una buena película acompañada de tambores como sonido de fondo, y lanzó el gran nombre: el niño padecía de “Mutismo Selectivo”.

Al escuchar el término, no pude más que soltar una afanosa carcajada ante la mirada atónita del sicopedagogo. Enseguida tuve que darle una explicación de emergencia por mi extraño comportamiento, mientras el tipo me miraba con cara de sicoanalista obsesivo. Luego, en un ataque de seriedad repentino de mi parte, le dije que no tenía el más mínimo interés por saber el fastuoso nombre de su dolencia, ya que mi madre hubiese dicho que el niño era simplemente un necio, y que había que decirle con firmeza y cariño por qué se tomaba la decisión de emigrar, cuáles serían los beneficios para él y la familia y por qué, aunque estuviera en desacuerdo, igual la decisión estaba tomada, hablara o no con los adultos. Con miedo al juicio contra el restringido léxico de mi madre, me limité a escuchar las no menos pomposas recomendaciones que el profesional lanzaba a diestra y siniestra, por lo menos reconociendo que la solución de mi madre, aunque menos adornada, seguramente hubiera sido la más efectiva.

Unos minutos después, cambiamos de caso. Esta vez se trataba de un joven que tenía dificultades serias en quedarse tranquilo y manifestaba una rebeldía enfermiza ante cualquier instrucción. El Doc me ilustraba con un ejemplo sencillo: si al niño se le indica que no debe tocar cierto objeto, sólo por llevar la contraria, lo primero que hará será tocarlo. Una vez más, el señor hizo una pausa similar a la anterior, y como uno de los perros condicionados de Pávlov, ya mi mente esperaba el alarde lingüístico del doctor, y casi inmediatamente luego de la revelación, de nuevo no pude contener la risa: este niño tenía “Hiperactividad con oposicionismo desafiante”.

Le tuve que confesar al burlado hombre que tenía muy poco autocontrol en cuanto a mis gestos, sobre todo cuando el motivo de mis carcajadas provenía de la inutilidad de inventar un término sin haber pensado siquiera en una solución más innovadora que las ya conocidas. Otra vez le expresé que mi madre hubiese dicho que se trataba sencillamente de un chamo jodedor y que el procedimiento sería indicarle dos veces que no se debía tocar el referido objeto, y ante el total desconocimiento de la autoridad, la tercera indicación debía venir aderezada con una palmada vigorosa sobre la mano culpable del pre púber. Al terminar de expresar dicha táctica, el especialista me apuntó, luego de regalarme una cara de sorpresa y descubrimiento, que esa estrategia desembocaría en un estado mental de autocontrol sobre sus emociones reprimidas en el hemisferio inferior- derecho del cerebro, por lo cual dicho estímulo táctil podría resultar efectivo en este caso. Para los que se perdieron a la mitad del comentario, el hombre sólo quiso decir que mi madre es extraordinaria y que, a pesar de su pobreza lingüística, era muy efectiva en sus métodos.

Al final entendí que a los profesionales del comportamiento infantil actuales les hacía muy felices creer que habían descubierto el agua tibia por el sólo hecho de ejecutar ejercicios terminológicos complicados, aún sin haber inventado verdaderas soluciones de avanzada que nos guiaran en cuanto a los problemas conductuales de los niños. Por ello entonces, ¡seguiré aplicando los métodos antiguos, agradeciéndole a mi madre por esa palmada a tiempo!

Lic. Javier Gómez

1 comentario:

  1. Me siento aludida y a la vez orgullosa de quién publicó éste artículo.No lo hice tan mal,aunque nadie nos enseña a educar a nuesrtos hijos.Te AMO hijo.

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