viernes, 22 de abril de 2011

El Docente Occidental de Hoy


“Es imposible educar niños al por mayor; la escuela no puede ser el sustitutivo de la educación individual.”Alexis Carrel

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La docencia es una de las profesiones que permite, como ninguna otra, la posibilidad de trascender. Trascender, etimológicamente hablando, viene de trans, más allá, y scando, escalar, lo cual significa que una persona trasciende cuando siempre va más allá del límite para hacer que otros simplemente asciendan, como personas, profesionales o en cualquier otro ámbito de la vida.

Cuando alguien se detiene a aconsejar a un amigo acerca de cualquier situación apremiante y logró que esta persona superara su problema, simplemente se alcanzó un ascenso del ayudado y una trascendencia del ayudante. Se trata de una especie de doble nivel que existe en lo más profundo del espíritu, y que sólo sienten aquellos puros de alma que dignamente representan al ser humano antes del fatídico episodio de la manzana en el paraíso terrenal.

¿Quién mejor que un docente para experimentar constantemente el placer de la trascendencia? Un buen docente adopta durante casi 7 horas diarias a un puñado de niños que pretenden ser, en el futuro, unos ciudadanos productivos y de bien para la sociedad. ¡Qué tamaña responsabilidad de trascendencia para una persona! ¡Qué gran acercamiento constante al cielo con cada lección o consejo impartido a cada estudiante! Entonces me pregunto, si esta tarea es tan importante para el ascenso de una sociedad, ¿por qué la docencia es considerada como una profesión de segunda? ¿Por qué el docente es visto como la persona que va a “cuidar” a los niños durante el día mientras el resto de los ciudadanos sí va a realizar labores realmente provechosas y productivas? ¿Por qué una vez un padre puso cara de asco cuando le encomendé convencer a su hijo de que estudiara docencia, ya que le vi talento para ello?

El maestro occidental de hoy en día es un ser desmotivado, no sólo por los pírricos sueldos que la sociedad les ha asignado por “cuidar” a los niños, sino por un amplio círculo vicioso de culpas endilgadas que sólo me hacen recordar el eterno chiste burlón del médico que debe ser responsable por la muerte de un paciente, y pagarlo con el deshonor y la rabia de los familiares, mientras que si el paciente se salva, no fue por su pericia, sino por los favores recibidos por José Gregorio Hernández o cualquier santo de moda. Así como el médico en su área, el profesional de la docencia debe cargar con la culpa de un niño mal educado por sus padres, y ser excluido de la lista de créditos cuando se hace referencia a un alumno que ha superado sus deficiencias y se ha convertido en un ser exitoso. Es ahí cuando el maestro pierde el buen sabor que deja la trascendencia y, además de convertirla en rutina fastidiosa, también llega a ser un gran cúmulo de sinsabores que lo trasforman en una persona amargada y verdaderamente desmotivada.

El profesor también debe enfrentarse, además de todo, con un nuevo estilo de crianza en el que, dentro de un proceso de transposición de roles, debe ser responsable por enseñanzas naturalmente asignadas hacía los padres. Hace un tiempo, en una de mis prácticas docentes, una representante que se dirigía hacia la dirección, tuvo la mala suerte de pasar cerca de uno de los baños de los niños. Cuando sintió el mal olor proveniente de ese sitio, además de arrugar la cara y hacer un gesto de asco profundo, me encontró de frente y, en un ataque desesperado de proactividad a la inversa, no supo más que reclamarme que nosotros los profesores no les enseñamos a los niños a bajar la palanca del inodoro luego de hacer sus necesidades fisiológicas. No tenía un espejo cerca, pero seguramente mi cara tambaleó entre la sorpresa y la ironía, cosa que fue pública y notoria cuando le indiqué que con mucho gusto haríamos una campaña en contra de ese mal hábito, pero que, en mi caso, sirvieron mucho más las enseñanzas, a veces en forma de regaño, de mi madre que cualquier campaña institucional. Yo no tenía problema alguno en trascender al indicarle a un muchacho que debe bajar el inodoro, pero es absolutamente inefectivo que el docente tenga también la carga de las enseñanzas básicas que deberían provenir del hogar.

No es un secreto para nadie que el mundo oriental tiene un sentido de trascendencia mucho mayor al del occidente, y ni hablar de comparaciones en cuanto a desarrollo humano y económico. Lo que sí pudiera ser considerado un secreto, ahora revelado, es que la educación junto con la motivación de sus principales protagonistas, los docentes, ha representado la piedra angular de tal desarrollo. Un Sensei en Japón (SEN: antes y SEI: existencia) no representa para nada la idea que tenemos por estos lares del simple instructor de artes marciales, se trata del MAESTRO, aquella persona que posee el conocimiento previo necesario para que el alumno sea guiado para y durante la vida. Por ello, en las sociedades orientales, un docente no tiene el estigma de ser un habitante de segunda, mal pagado y desmejorado, sino uno de los personajes trascendentales y más importantes para la sociedad y sus ciudadanos.

Lic. Javier Gómez

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