lunes, 2 de mayo de 2011

Cuando Sea Grande Quiero Ser......

“Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.” Woody Allen

Una de las preocupaciones milenarias del ser humano tiene que ver con no saber qué depara el futuro. Se han creado miles de técnicas, científicas o no, para poder acercarse, siquiera, a adivinar algún evento luego del presente. Pero más allá de algún golpe de suerte o azar, ha sido imposible predecir, hasta ahora, qué nos pasará con exactitud después de cada respiro.

Sin embargo, por más imposible que parezca, el problema es un poco menos complicado de lo que suena, sobre todo en cuanto a qué será de nuestros hijos desde el punto de vista profesional o laboral. Es una inquietud muy antigua de todos los padres el querer saber a qué se dedicarán sus retoños, para que así estos puedan sobrevivir en ese sitio desconocido llamado futuro, al cual, por cierto, sus padres no están invitados.

Desde chico, siempre tuve muchos intereses, bastante bien definidos a temprana edad. Siempre me llamó la atención el sonido armónico proveniente de un piano, guitarra u otro instrumento, además de saber apreciar, de manera innata, las letras y sus significados cuando se combinaban para formar sílabas, luego palabras, oraciones y seguían esa escala ascendente maravillosa hacia grandes escritos que describían mundos fantásticos o reales. Mi primera inspiradora fue mi abuela, quien siempre se dedicó a abrir esa caja de pandora llena de literatura y música.

Cuando ingresé al colegio como alumno regular, comenzó mi confusión. El sistema educativo me fustigó con un montón de conocimientos, útiles e interesantes por demás, pero que desviaron completamente mis motivaciones y ganas de seguir por la senda que mis capacidades me habían trazado. Fui bueno en matemáticas, aunque la aborrecía. Fui bueno en ciencias, aunque nunca me llamó la atención, y paradójicamente, fui regular en lenguaje, idiomas y música porque sencillamente debía ponerle más atención a aquellas materias que más me costaban o para las cuales tenía menos talento. De esta manera, entregué 6 años de confusión vocacional a la primaria.

En bachillerato, la confusión fue aún peor. Aquellos conocimientos “útiles” se intensificaron, al punto de tener que redoblar mis esfuerzos para enfocarme en aquello que no me gustaba, pues corría el riesgo de repetir un año más de tortura con esas nociones desagradables. Incluso, fui miembro exitoso del Club de Física, al cual ingresé por el gusto enceguecido que le tenía a una de sus más destacadas integrantes, la cual nunca, por cierto, me prestó atención. Pero lo más penoso fue regalar otros 5 años más de mi vida a un complejo laberinto de ideas no adaptadas a aquellas motivaciones primarias que se despertaron en mi cuando tenía la fortuna de estar en mi casa aprendiendo lo que de verdad quería ser.

Hubo un momento revelador durante una tardía prueba de orientación vocacional en mi último año de educación secundaria, en el que recordé con nostalgia un juego realizado por mi muy querida maestra de preescolar. Recuerdo perfectamente cuando escribió en su pizarra verde de tiza “Cuando sea grande quiero ser…..” y cada uno de nosotros respondía con determinación lo que deseábamos ser cuando fuéramos “grandes”. Muchos se pasearon por las profesiones de sus padres, otros querían ser bomberos, policías, deportistas, actores de cine…. Mientras que yo, con voz fuerte y decidida, respondí: “Quiero ser músico o escritor”. La nostalgia y tristeza de ese flashback provenían de una pregunta simple pero destructiva: ¿dónde quedó ese músico o escritor, y sobre todo, qué hacía yo respondiendo un test que, según la especialista, me indicaba un talento extraordinario para los números y las operaciones matemáticas, cuando yo estaba tan claro que mi camino debía ser otro desde el principio de mi vida? El sólo pensar en esos once años dedicados a una montaña de desaciertos “exitosos”, me dio una sensación de desasosiego y angustia que iniciaba mi camino a ingresar las engrosadas estadísticas de jóvenes frustrados sin saber qué hacer con su vida.

Afortunadamente, mi siempre presente instinto rebelde me hizo aterrizar en una carrera dedicada a los idiomas y las letras, además de aprender a tocar varios instrumentos. Hoy en día, irónica y contradictoriamente, el destino me lanzó hacia un aula de clase, disfrutando mi trascendencia como miembro de este sistema educativo del cual hablo.

Nuestros niños y jóvenes de hoy se encuentran aún más confundidos, ya que el régimen educativo, cada año, pretende llenar sus cabezas con un mar poco profundo, pero inmenso en conocimientos que sólo crean frustración, confusión y pocas ganas de seguir adelante. En su lugar, deben cobrar importancia suprema aquellas estrategias que buscan inducir a los alumnos, desde muy temprana edad, a descubrir sus talentos, intereses y vocaciones, para así enfilar todas las baterías pedagógicas y académicas a orientar, año a año, a ese niño hacía una carrera u oficio que le permita seguir un camino que le agrade y, por ende, le traiga buenos frutos en su futuro.

No está para nada casado con mis interesas el hecho de adivinar el futuro a través de cartas, palmas de la mano o cualquier otra creencia mágica que me permitiera ver más allá del próximo segundo en la vida de mi única hija. Pero sí estoy seguro de que le regalaré un muy bonito futuro si la aplaudo cada vez que dice querer ser cantante y me regala una linda canción, o si le doy un beso cada vez que me expresa su emoción por los números, rezando para que el sistema educativo actual no la desvíe de su objetivo.

Lic. Javier Gómez

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